viernes, 1 de octubre de 2010

La pobreza está más cerca de lo que te imaginas…

Muchos creen que el tener una buena posición económica, moverse dentro de un círculo perteneciente al mismo sector socioeconómico y taparse los ojos ante la verdadera realidad del país, significará que la pobreza no existirá o estará tan lejos de ellos que no la sentirán, esta manera de pensar no solo es ingenua sino propia de una persona egoísta e ignorante.

Y es que para cambiar debemos empezar desde abajo, no solo por los más pobres sino por los más pequeños, quienes son el futuro del Perú. La educación en nuestro país no es muy eficiente que digamos, por lo que debemos empezar por cambiar este mal concepto y realmente empezar a educar a esta nueva generación, enseñarles buenos modales y valores, no solo en la casa sino en la escuela, eso es lo que más se les debe inculcar a los más pequeños, de manera que estos influyan en el comportamiento de las personas que lo rodean. Esto nos llevará a una sociedad dispuesta a cambiar para lograr un verdadero progreso que nos lleve a ser un país en vías de desarrollo, con una economía creciente como nuestros vecinos sudamericanos.

Creemos que la pobreza del Perú se encuentra en provincias, y es evidente que incurrimos en un error, ya que no es necesario ir muy lejos para encontrarla. Lima es una ciudad de polos opuestos, por un lado tenemos distritos prósperos y refinados, por otro, nos chocamos con una cruda realidad, distritos paupérrimos, abandonados por el Estado que promete mil cosas, que al final nunca cumple.

Tal es el caso de la comunidad shipiba de Cantagallo ubicada en el Rímac, donde los pobladores, gente muy amable y risueña, viven de pequeños trabajos que realizan en diferentes lugares de la capital, distantes de su hogar, por lo que sus pequeños hijos crecen solos y la calle se convierte en su escuela. A pesar de esto, estas inocentes criaturas, juegan con lo que encuentran en el suelo y no tienen ni idea de lo que Internet significa. No temen acercarse a cualquier extraño, ni dudan en devolverles la sonrisa, sintiéndose agradecidos por el simple hecho de que los escuchen y entiendan sus juegos. La mirada de estos niños es tan pura y natural, lo único que piden es un poco de atención, pero lo más impactante y triste a la vez, es el no poder hacer nada para cambiar su dura situación.




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